Es que el rey de la selva es mi animal preferido. Me encanta copiarlo y rugir como él. Y obviamente, no quería sacarme la pintura de la cara.
Al final, mamá me dejó con la pintura puesta hasta algo más allá del final del almuerzo... Eso sí, antes de la siesta, me limpió toda la cara y quedé convertido en el mismo Felipe de siempre. Y bueno, todo tiene un final, todo termina, ya lo dice la canción...
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